Orígenes de las ideas socialistas en Chile

El socialismo, como ideario político, llegó a Chile poco después de haberse consolidado entre la clase obrera en Europa y Norteamérica, específicamente a mediados del siglo XIX, con manifestaciones claras desde la década de 1890. Su desarrollo teórico y práctico estuvo vinculado a los procesos de modernización e industrialización que promovieron la proletarización de la fuerza de trabajo, transformando rápidamente esta corriente de pensamiento en el sustento ideológico de la clase trabajadora politizada. Este surgimiento fue impulsado por el reconocimiento de las desigualdades y la marginalización social impuestas por el sistema capitalista y la oligarquía en el poder.

A pesar de que en el liberalismo chileno del siglo XIX existían nociones de igualdad, transformación social y derechos civiles, estas ideas no lograron representar plenamente al artesanado, el proletariado y otros sectores populares. Esto fue evidente cuando partidos como el Partido Liberal y el Partido Radical establecieron alianzas con el conservadurismo, que no buscaba realizar grandes cambios en la estructura económica y social del país.

Las primeras ideas de igualitarismo, emancipación popular y reivindicación social obrera llegaron a Chile a través de intelectuales, políticos liberales, comerciantes, marineros y trabajadores chilenos y extranjeros que, por exilio o iniciativa propia, entraron en contacto en Europa y Norteamérica con autores y episodios revolucionarios cercanos al socialismo. Entre los primeros influyentes destacan los teóricos del socialismo utópico, como los franceses Charles Fourier (1772-1837), Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), y el inglés Robert Owen (1771-1858). Además, las experiencias revolucionarias en Francia (1848), Alemania (1848-1849) y España (1873-1874) —aunque de carácter burgués-republicano— contaron con una importante participación de la clase obrera urbana y del campesinado .

Santiago Arcos Arlegui (1822-1874), Francisco de Bilbao (1823-1865), y los hermanos Guillermo Matta (1829-1899) y Manuel Antonio Matta (1826-1892), adoptaron ciertos ideales del socialismo utópico e integraron a artesanos y trabajadores urbanos en su proyecto político liberal a través de iniciativas como la Sociedad de la Igualdad, así como en escuelas y bibliotecas populares, fomentando la formación política de los llamados “igualitarios”. Estas iniciativas dieron lugar a las primeras formas de sociabilidad obrera, como las sociedades de socorros mutuos, mutuales, mancomunales, y federaciones obreras en distintas ciudades del país.

Otro influyente político que abrazó ciertas ideas socialistas fue Fermín Vivaceta (1829-1890), arquitecto y profesor liberal, quien durante las décadas de 1860 y 1870 impulsó el mutualismo y la creación de escuelas nocturnas para la clase trabajadora, contribuyendo al fortalecimiento de las organizaciones de base que se convertirían en actores clave en el desarrollo del movimiento obrero en Chile.

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El Partido Socialista de Chile

El Partido Socialista de Chile, fundado en 1933, desempeñó un papel fundamental en la configuración de la izquierda, la clase trabajadora y los movimientos populares a lo largo del siglo XX. A través de importantes alianzas políticas, como el Frente Popular y la Unidad Popular, el partido tuvo una influencia decisiva en la historia política del país. Sin embargo, la dictadura militar que comenzó en 1973 provocó una profunda transformación en el partido, que lo llevó a renovar su enfoque político y adaptarse a los desafíos contemporáneos.

Las primeras ideas socialistas llegaron a Chile a mediados del siglo XIX, siendo inicialmente adoptadas por las jóvenes vanguardias políticas de la élite y la burguesía, así como por sectores populares como artesanos, obreros urbanos, mineros y portuarios. Esta convergencia dio origen a lo que se denominó “liberalismo popular”, que, si bien abordaba algunas de las demandas sociales, como los derechos civiles y democráticos, no lograba representar plenamente a estos sectores emergentes.

Este proceso se dio en un contexto de apertura económica y adopción del capitalismo como sistema, en medio de la incipiente industrialización del país, el crecimiento del Estado y la crisis de la república conservadora. Esto facilitó la formación de una nueva estratificación social y la aparición de movimientos políticos que buscaban representar a los sectores marginados, disputando el poder y la toma de decisiones mediante su inserción en el sistema de partidos y en la participación democrática.

Las difíciles condiciones de vida y la marginalización social de la clase trabajadora obligaron a estos grupos a buscar referentes políticos e ideológicos que les permitieran entender su lugar en la sociedad. Corrientes como el anarquismo, el socialismo libertario, el socialismo utópico, el socialismo científico y la socialdemocracia sirvieron de base para la creación de organizaciones como mutuales, mancomunales, sociedades de socorro y sindicatos, además de pequeños partidos políticos de clase.

No obstante, la consolidación de un proyecto político común y la creación de partidos de masas fue un proceso lento, obstaculizado por la influencia de un sector del liberalismo, en particular del radicalismo socialdemócrata. Otros factores que ralentizaron este proceso fueron la dispersión geográfica de la población, la falta de unidad y el bajo desarrollo de una conciencia de clase. Además, la alta tasa de analfabetismo dificultaba la difusión de estas ideas entre la población, lo que llevó a desarrollar nuevas estrategias políticas, como los mítines o reuniones públicas, la participación de oradores políticos y la formación de agrupaciones culturales que, a través de actividades educativas y artísticas, lograron llegar a un público más amplio.

Pese a los esfuerzos de organización, muchos sectores del movimiento obrero de principios del siglo XX optaron por apoyar proyectos políticos de origen oligárquico o de clase media, como el Partido Liberal, el Partido Radical, el Partido Democrático y, en la década de 1920, el programa de gobierno de Arturo Alessandri Palma (1868-1950). Durante su mandato, Chile atravesó una profunda crisis político-institucional, social y económica, lo que impidió el cumplimiento de las reformas prometidas. Esto desembocó en su renuncia en 1924 y su posterior regreso en 1925 para promulgar una nueva Constitución, la cual reconfiguró el sistema democrático chileno y abrió el camino para la aparición de nuevas colectividades políticas, transformando el panorama partidario tradicional basado en las facciones del liberalismo decimonónico.

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