EL BULLYING: UN ABISMO QUE DESTRUYE A NUESTROS ADOLESCENTES Y SUS FAMILIAS

Claudia Barahona Chang, Comisión Política del Partido Socialista, madre y Publicista

A propósito del caso del niño de 10 años del Liceo Miguel Cervantes de la Comuna de Santiago.

El bullying ha sido un flagelo presente durante generaciones, muchas veces invisibilizado, pero que sigue afectando profundamente la vida de niños y adolescentes. Las cicatrices trascienden lo emocional, obstaculizan el desarrollo personal, académico y profesional. Lamentablemente, estas heridas suelen ser ignoradas o tratadas como algo poco grave en muchos entornos educativos y en la sociedad.

Aunque algunas víctimas reciben apoyo familiar y realizan grandes esfuerzos por adaptarse, la presión puede superar su resistencia emocional, llevándolas a un callejón sin salida.

Las consecuencias del acoso escolar son bien conocidas, pero a menudo se minimizan o pasan desapercibidas. Más preocupante aún es el desconocimiento de los factores que agravan esta situación, empujando a los afectados a una espiral de sufrimiento y desesperación.

En este contexto, las circunstancias externas juegan un papel crucial. La violencia doméstica, la indiferencia de los educadores y el rechazo social amplifican el impacto del bullying, especialmente en aquellos que se encuentran en situaciones vulnerables. Niños con Trastorno del Espectro Autista (TEA) o adolescentes en crisis de género son particularmente susceptibles a experimentar un sufrimiento exacerbado, enfrentando barreras adicionales para obtener ayuda o ser comprendidos.

Es alarmante cómo, en algunos hogares, el maltrato por parte de los padres o tutores refuerza la violencia que los adolescentes ejercen contra sus pares, convirtiendo a los adultos en cómplices indirectos de estos jóvenes maltratadores. A menudo, tanto en la víctima como en el victimario, se evidencia una ausencia de apoyo afectivo, menosprecio constante y falta de empatía en el entorno familiar. Este ambiente hostil genera un caldo de cultivo perfecto para que un menor se sienta rechazado y aislado, desencadenando trastornos emocionales que afectan profundamente su bienestar e incluso su futuro.

A este panorama se suma el acoso callejero, una amenaza constante que incrementa la sensación de inseguridad y desesperanza de las víctimas de bullying. En lugar de encontrar apoyo en su entorno, enfrentan una cadena de violencia que empieza en casa, continúa en la calle y se perpetúa en la escuela.

La escuela, que debería ser un lugar seguro y de crecimiento, muchas veces fracasa en su rol protector. La indiferencia de profesores y equipos directivos permite que el bullying persista, convirtiendo el entorno educativo en un espacio hostil. La ausencia de figuras clave, como una profesora jefe comprometida, profundiza la vulnerabilidad de los estudiantes, dejando a los adolescentes sin guía ni apoyo en momentos críticos.

El impacto del bullying es especialmente grave en adolescentes que enfrentan situaciones complejas como el Trastorno del Espectro Autista (TEA) o una crisis de identidad de género. Estas condiciones, ya de por sí desafiantes, los hacen más vulnerables al rechazo y la violencia social. El dolor físico y emocional que padecen, sumado a la invisibilidad de su sufrimiento, puede llevarlos a una desesperación extrema, donde la muerte parece ser la única salida.

Frente a esta realidad desgarradora: ¿quién se hace responsable de semejante daño? Las familias enfrentan el sufrimiento de sus hijos con desesperación, muchas veces agravada por un sistema que no responde a tiempo ni con recursos adecuados. Los costos elevados de los tratamientos de salud mental los hacen inaccesibles para muchas familias, y la atención en el sistema público, aunque técnicamente gratuita, está limitada por la saturación de servicios y la escasez de profesionales capacitados. Incluso cuando la internación en un centro psiquiátrico infantil se presenta como una alternativa, esta solución puede revictimizar o empeorar la situación.

En este proceso, los padres, hermanos y familiares también se convierten en víctimas colaterales del dolor, enfrentando un duelo silencioso y constante. La falta de apoyo, orientación y contención adecuada deja a estas familias en un estado de abandono emocional, mientras intentan lidiar con la pérdida de un hijo que lucha por sobrevivir en un entorno marcado por la violencia y el rechazo.

Es urgente que como sociedad reconozcamos la magnitud de este problema y actuemos para prevenir y erradicar el bullying de manera integral. Las instituciones educativas deben comprometerse a crear espacios seguros, con protocolos claros y efectivos para abordar el acoso. Las familias deben asumir su papel crucial en la construcción de la autoestima y el bienestar emocional de sus hijos, fomentando un ambiente de amor y respeto. Y, finalmente, como comunidad, debemos promover una cultura de empatía y aceptación, celebrando la diversidad y rechazando cualquier forma de violencia.

El bullying no es solo un problema escolar; es un problema social que afecta la salud mental de nuestros adolescentes y puede tener consecuencias fatales. Solo con el compromiso de todos podremos transformar esta realidad y evitar que más vidas sean marcadas por el dolor.